De nuevo el peruano se pone de pie en las alturas del Ande
y rompe, al conjuro del Sol, sus bastardas cadenas:
hoy sabe a conciencia qu es libre y que es libre sus tierra,
legítima tierra, la tierra que riega con sangre y sudor,
la tierra que nunca le niega sus mieses de oro,
sus pulpas sabrosas, sus fibras de miel,
que manos egoístas otrora le hurtaban,
la mano homicida del torvo patrón…
No es sueño. Es verdad, Pues, la tierra que labra con llanto,
ya no es suya a manera de rayo solar que le alumbra,
a modo del agua que calma su ardor y su sed de justicia;
ya es suya a manera del aire que seca el sudor de su frente;
ya es suya la tierra y la besa de hinojo y bañado de lágrimas.
No en vano el Gran Inka, el Amaru, el Cacique de Tinta
con voz detonante –cual rayo sagrado en las cumbres_,
fue muerto por manos abyectas que el crimen jamás perdonó.,
No en vano su voz de profeta horadó los cimientos de América,
no en vano su sangre apagaron con lodo y ceniza,
no en vano su cuerpo fue pasto de buitres siniestros,
no en vano murió retaceado cual Cristo en la Cruz.
Ahora despiertan los pueblos y avanzan cantando aleluyas triunfales,
al puño el arado y al hombro la alzada y al cinto la hoz.
¡Son libres los pueblos! ¡Son libres los campos! ¡Son libres los hombres!
Irradia en los ojos la luz del amor. Oh flor de perdón.
Florecen sonrisas. El labio, temblando, bendice el trabajo.
De hinojos la madre balbuce su cálido rezo.
¡Prodigio en los Andes! ¡Milagro! ¡Milagro!
Los surcos han vuelto a las manos del dueño legítimo
y el torvo patrón agoniza en las sombras, rugiendo feroz,
igual que el demonio clavado en la espada del ángel Gabriel.