¡Arriba el arado,
la pala, el martillo,
la hoz, la atarraya,
la pluma, el cincel!
En todas partes se oyen rumores
de acero y bronce, de hierro y zinc.
Son las palabras recias que expresan
talleres, fábricas, con voz febril.
En la campiña surca el arado,
rompe la tierra de oscura piel;
y ésta gozosa, nos brinda toda,
primero un cántico, luego la mies.
La pala enseña camino al agua
que entra copiando la luz solar;
mas el martillo, golpeando el yunque,
chispas, como astros, hace saltar.
La hoz cercena rubios trigales
y va a lo largo del praderal
cantando un himno de plata y púrpura,
con dulcedumbres de hostia y panal.
Y la atarraya, como un suspiro,
se hunde en el ancho vientre del mar;
y por millares extrae peces
con vivas lumbres de oro y coral.
Como un torrente de astros en fuga
corre la pluma sobre el papel;
el poeta crea raros fantasmas
que, cual nosotros, viven también.
¡Hurra al Trabajo! Grande o pequeño,
es de los hombres savia inmortal.
El nos regala dádiva, gloria,
poder, riqueza… y el diario pan.
¡Hurra al Trabajo! El dignifica,
se vista el hombre de seda o dril.
El nos procura rosas y mieles
y quien le acata vive feliz.
Por él son dulces la herida, el callo,
y hasta el cansancio sabe de placer;
él, tal un padre, tal un amigo,
destierra el hambre, calma la sed.
Como si fuera Dios mismo crea,
siembra, construye, sin desmayar.
Por él se elevan los rascacielos
como plegarias de eternidad.
¡Hurra al Trabajo! Por él a diario
se nutre el hombre de luz mayor.
Por él domina mares y cielos
y se asemeja mejor a Dios.