Es Víctor Humareda,
pintor, que entre nosotros se desliza
como un duende. Su rostro –arcilla o greda-
tiene palor de cepia y de ceniza.
Rebrillan sus pupilas
de niño…¡Qué dolor el que padece!
Sus manos van y vienen, intranquilas…
Sórdida es su morada, y estremece.
Su hermana es la pobreza.
¡Es un ángel caído en el abismo!
No hay luz en su aposento. La tristeza
se halla instalada a plenitud. Yo mismo
quedé sobrecogido,
mudo, indeciso…Empero, poco a poco,
me fui recuperando en ese nido
no sé si de bohemio…o de loco….
Trajina alucinado
entre Van Gogh, Tolouse Lautrec, Picasso…
No distingue el presente del pasado.
Es como el propio sol en el ocaso.
Desorden, anarquía…
Un universo extraño que se carea…
Se mezcla la locura a la armonía,
la imagen dulce a la malvada idea…
Cuando el pintor empasta,
parece hacerlo con lo más oscuro
de su alma que lo angustia y que lo aplasta,
de su dolor profundo, o del apuro
que a diario sufre. Pinta
diabólicas criaturas, arlequines,
rameras tristes, vírgenes encinta
que se ahogan entre vómitos y orines.
Pinta patibularios
semblantes de borrachos y hechiceras,
riñones, sexos, hígados, ovarios,
caballos espantados, calaveras
que danzan la macabra
pesadilla de Goya…¡Horror de horrores
que rompiendo el poder de la palabra
nos de veneno en medio de las flores!
El siempre me produjo
la rara sensación del precipicio.
Pienso que en vez de genio sea un brujo,
quizás un ángel víctima del vicio….
¿Un redentor? ¿Un santo?
¿Por qué valiéndose del óleo inerte
trueca el color en pesadilla, en llanto,
y la alegría en desazón y muerte?
Este inmortal puneño
condensa lo que fue Vallejo en verso.
Reside en el infierno y es el dueño
de un paraíso azul pero perverso.
Sus cuadros, sus colores
impactan, sobrecogen. Son hormigas
que dan placer al alma y escozores
de rosas matizadas con ortigas.
El trueca el limo, el lodo
en una especie de jardín…Redime
con dulce mano milagrosa
lo que en la tierra el corazón le oprime.