Yo creí ser, hasta hace poco, un hombre distinto de todos.
Y he aquí que donde sufren, sufro; donde ríen, rio.
Estoy hecho de angustia, de dolor, de hambre, de tristeza…
No luzco harapos, pero mi fe está hecha retazos.
No muestro llagas, pero ni alma está quemada de heridas.
Mis plantas transitan por las calles que otros transitan.
Unas veces me detengo en alguna esquina y miro a todos lados.
Dentro de cada rostro intuyo una penosa resignación.
Todos, como yo, están brutalmente golpeados por la vida.
Me da pena decirlo. Sólo hay un puñado de ricos hombres.
Donde veo un cádillac, pienso: dentro hay un ladrón impune.
Así pienso y desespero. De prisa huyo de la selva humana.
Busco los bordes del mar y lloro y blasfemo ymaldigo.
Busco los suaves colores de la tarde y lavo mis sombras.
Creí ser un hombre distinto de todos y soy como ellos,
como los que penan por un pan o por un centavo.
Somos células enfermas de una sociedad miserable.
La sociedad que nos gobierna tiene cabeza de verdugo.
¡Yo os lo digo! ¡Creed en mi palabra llorosa y cálida!