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Lejos de la ciudad: una granja, una casa,
alrededor los árboles, las plantas en floración,
y yo sobre una hamaca, como quien se relaxa,
con mi habano en la boca y mi vaso de ron.
Leyendo a Omar Kayán, a Ovidio, a Kalidasa,
chirriando en torno mío el grillo, el moscardón,
saltando entre las ramas el pájaro que caza
y cantando, a lo lejos, las aguas del acequión.
Sin escuchar que digan «un pequeño burgués»,
libre del caudillismo y la borriquería,
sin máscara, desnudo, del pecho hasta los pies.
Con el acre perfume de la corteza herida
y con el alma hundiéndose allá, en la lejanía,
ebria de las recónditas dulzuras de la vida.