Título: LINEAS BLANCAS
Autora: SILVIA ALEJANDRA POSTIGO SEGOVIA – Seudónimo: Huchuy killa

Silvia Alejandra Postigo Segovia tiene 20 años. Culminó sus estudios secundarios en el colegio Santa Rosa de Lima CIRCA en Arequipa e ingresó en el 2017 a la escuela profesional de Literatura y Lingüística de la Universidad Nacional de San Agustín, donde cursa el sexto semestre. Actualmente realiza prácticas en corrección y redacción.

LINEAS BLANCAS

Siempre he sabido que mi hermano y yo soñábamos lo mismo, solo que a mí no me daba miedo. En uno de esos sueños estábamos en nuestro cuarto y se oscureció de pronto. Salimos a la calle, todo se había vuelto negro a excepción de las personas. A nuestro alrededor eran líneas blancas que caminaban en diversas direcciones. Yo también era una línea blanca y él, otra del mismo color. La única forma de diferenciarlos era por mi sentir que gran parte se basaba en la intuición. Por un momento me volteé y al retornar ya no encontré a mi lado a José. Pregunté por si lo habían visto, pero todos me decían: Es mejor no encontrarlo. Despertaba un poco confundida. Me había adormecido en la entrada de la cocina donde José estaba dibujando una línea en su brazo derecho con el cuchillo. El solía levantarse sin despertar, iba a la cocina y sujetaba con fuerza el puño del cuchillo para seguir trazando líneas. Luego volvía a recostarse. Por eso mi tía quería sacarme de esa casa, pero en aquel entonces no tenía plata para llevarme con ella.
José era miedoso, mas nunca tuvo nada de cobarde, siempre se enfrentaba a cuanto temiese a pesar de que le temiese a todo. Vivíamos alquilados en un cuarto pequeño en Miraflores a la entrada del cuartel Salaverry, donde antes era pampa y se volaban cometas. Desde muy temprano el sol ingresaba por el lado izquierdo de nuestra ventana. Llegaba al camarote, a mi cabecera, luego descendía a las almohadas de mi hermano. Sabía que él se despertaba cuando comenzaba con sus débiles sollozos. Entonces, asomaba mi cabeza curiosa por el lado opuesto al sol y la dejaba colgado, primero observaba las casas fuera de la ventana. A contraluz las paredes tomaban los diseños de las cortinas, parecidas a los encajes de las medias que José me compraba. José le temía al sol, después de sus sollozos se cubría con las frazadas, pero como se enfrentaba a la que temía, tras ello se levantaba cual héroe y el sol le brillaba en el pecho sin lágrimas. Después de prepararme un desayuno frío se marchaba al trabajo, pero al abrir la puerta, sus manos temblaban. Supe que también temía a la puerta y por eso tenía que enfrentarla.
Cuando regresaba a casa, sostenía una mirada turbada y tras un hondo suspiro se recostaba en el camarote. Algunas veces llegaba en la madrugada con los ojos brumosos, observaba algún punto perdido de los rincones azules desquebrajados, entonces: hermana no somos nadie. Aquella vez venía tambaleándose y yo me encontraba metida como un ovillo en las frazadas, tenía miedo. Me jalaba las piernas hasta dejar descubiertos mis pies. Empezaba a abrazarlos y acariciarlos, dolía cuando doblaba mis dedos y uñas. Parece que se daba cuenta de mis quejas y caía al piso arrodillado, ese día yo ya no podía dormir y él tampoco. Por eso cuando olía raro yo quería desaparecer, no me miraba a los ojos sino a los pies. Los pies con encajes que el mismo traía a la semana. Pero cuando estaba sano me miraba a los ojos, si de casualidad le rozaban mis pies, temblaba. Seguro tenía miedo a mis pies, les compraba muchas medias para cubrirlos y no verlos. A mí me gustaban los de líneas amarillas y los de franjas de arco iris, pero él me decía que no durmiera con esas medias. Sin embargo, las medias con muchos huecos le alegraban cuando estaba triste. El temía a mis pies, pero yo no sabía hacerme nudos en los zapatos, el entendía y me los hacía. Por eso pienso que siempre se enfrentaba a todo. Y para no atormentarlo había aprendido a usar botines.
Llegaba la noche. Al apagar las luces, José no cerraba los ojos inmediatamente. Abría un libro, la siguiente página y otro libro. Se golpeaba la nuca en la cabecera metálica. Volteaba hacia un costado y se revolvía entre las sábanas pesadas en busca de otra posición. Tenía que estar muy cansado para decidirse a dormir y así no soñar líneas blancas, moverse y querer trazarlas en sus muñecas. Despertar y abrir los ojos no son lo mismo, me decía. Cuando despertaba, su corazón se encerraba en la infancia, la muerte repentina de nuestros padres, el frío del Misti y nuestras manos heladas concluían en la misma interrogante: Hermana ¿por qué no somos nada? Sin embargo, cuando solo abría los ojos, caminaba y no era él, no pronuncia jamás palabras; balbuceos. Se acercaba a la cocina, tomaba un cuchillo en diagonal a la muñeca y volvía a dejarlo para retornar a su cama. Siembre decía: hermana, hermana, las líneas. No era mi sueño sino el suyo y yo le acompañaba.
La última vez que se arrodilló fue en mi primera comunión en Chapi Chico, medias blancas. Regresábamos a casa, me cargó a la cama y me quitó las medias. Quería que jugáramos, pero yo no quería. Forzándome rasgaba mi vestido blanco, pensé entonces que ese no era mi hermano, sino el de los sueños que me abandonaba y tenía que buscar entre todas las líneas. Otra vez todo estuvo de negro e iba caminando del brazo de mi hermano. Todas las personas eran líneas blancas, todos éramos lo mismo. Pronto, él dejó de tomarme la mano como siempre. De nuevo lo buscaba y nadie me decía dónde estaba. Los brazos de algunos empezaron a iluminarse y una luz inmensa empezaba a devorarlos, murmuraban: Perdón, perdón. La luz cegadora desaparecía a las personas. Los demás no hacían caso y proseguían caminando con otros. Volteé repentinamente y ahí estaba mi hermano llorando: Es mejor no encontrarme, perdón. La luz desapareció con él y yo desperté.
Se levantó la mañana y los diseños de las cortinas en las casas se formaron. Ese día José decidió simplemente ya no tocar mis pies. No venir tambaleándose, no llegar de madrugada y decirme: hermana no somos nada. Decidió no tomar un cuchillo temblando. No ir al trabajo y temblar en la puerta. No prepararme desayunos fríos. Decidió no cubrirse y temerle al sol. Solo no despertó y siguió soñando trazando la línea blanca en su brazo.

…….
10:00 a.m. Primer caso registrado de muerte en estado sonambulismo. Distrito de Miraflores-Arequipa, un joven de 20 años fue encontrado por su tía en el cuarto que este alquilaba con su hermana. Tenía un corte en línea vertical en el brazo derecho. A su costado se encontró a la hermana semidesnuda y dormida.

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