Título: LA SERPIENTE VOLADORA
Autora: LORI DEYMI JARAMILLO ROSILLO- Seudónimo: «Monchi»

Lori Jaramillo vive en la provincia de Ayabaca, distrito de Piura. Tiene 17 años y cursa Psicología en la Universidad César Vallejo. Sus estudios de secundaria los terminó en el Colegio de Alto Rendimiento de Lambayaque «COAR Lambayeque».

LA SERPIENTE VOLADORA

Me encontraba frente a una de las llamadas wankas voladoras. Al fin mi sueño se cumplía. La wanka estaba de pie, sobre la tierra endurecida por la lluvia, rodeada de plantas de moras y maíz. Arriba, un oscuro cielo nublado anunciaba que pronto las gotas de agua se desprenderían por todo el lugar.
Tantas historias escuchadas, tantas veces soñando con las wankas, tantas fotografías tomadas por mi padre y tantas veces leyendo sobre el encanto del cerro la Waka.
Al fin mi sueño era una realidad.
No podía creerlo. La wanka voladora me hablaba, me pedía que volviera a cubrirla con tierra, imploraba para que la volviera a enterrar, suplicaba, decía que corría peligro al estar expuesta al aire libre, temía ser quemada, o quebrada a barretazos.
«Me culpan de matar el ganado», dijo la wanka voladora de más de dos metros de largo.
Venciendo mi natural miedo a lo desconocido, le hablé tartamudeando:
«No temas. Ya nadie te va a causar daño», dije, apurándome a explicarle que el complejo arqueológico de wankas desde ahora sería muy bien protegido, para que la mano del hombre ya no hiciera más daño, y que periódicamente se harían trabajos de limpieza para evitar que la humedad y otros factores les causaran daño.
«Ojalá», agregó con tristeza la wanka.
«Créeme, yo voy a protegerte, ¿y desde cuando te vienen haciendo daño?
«Desde tiempos muy lejanos», dijo la wanka. «Desde los primeros tiempos en que las aguas de lluvia empezaron a ausentarse. En aquellos terribles tiempos de sequía, los pobladores sumamente desesperados, adoptaron la costumbre de realizar largas peregrinaciones hasta este lugar, construyéndole una pequeña choza ahí, si, exactamente donde tu estas ahora parada. En aquellos tiempos los pobladores permanecieron aquí días y noches, orando, cantando y alumbrando las oscuras noches con velas y antorchas. Pedían agua. Necesitaban el agua con urgencia. Comentaban que sus animales ya no tenían que comer y que estaban muriendo. La falta de agua estaba exterminando todo. Y como siempre buscaban culpables, y seguro por eso arremetieron contra nosotras».
La wanka hizo una pausa y yo no supe que decir. Sentí miedo. Después de unos atormentadores minutos de silencio, al fin me animé a preguntar:
«¿Y es verdad que ustedes vuelan?
«Nosotras representamos al Amaru, la serpiente sagrada, el agua que corre por los ríos y vertientes. Intermediaria entre el cielo y la tierra. Presentándonos primero como Illapa, que desciende desde lo alto hasta la tierra. Simbolizando la fuerza, la comunicación del Hanan Pacha, el mundo celestial, con el Kay Pacha, el mundo actual; y con el Ukhu Pacha, el mundo interior de la madre tierra», dijo finalmente la wanka.
Las espinas de las plantas de mora con la fuerza del viento empezaron, de pronto, a moverse lastimado mis piernas. Y ya no hubo dudas en mí.
Era verdad, las wankas tenían vida, y hablaban y volaban.
Las espinas de mora ya no las sentía. Ahora sentía un refrescante aire que golpeaba mi rostro y alborotaba mi largo pelo negro. De pronto me vi flotando en el aire abrazada a la wanka. Y al estar en lo alto, vi asombrada lo que anteriormente solo miraba; todo el encanto y la belleza que rodea al santuario de wankas del cerro la Waka, ubicado muy cerca del más grande complejo de petroglifos de Samanga, palabra quechua que significa «donde descansan la huacas»

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