Título: HISTORIA DE LA VIDA DE MI PADRE

Autor: GUILLERMO ANDRÉ NAVAS LLANOS – Seudónimo: El Literato del Milenio.

Guillermo André Navas Llanos cursa el cuarto de secundaria en el colegio «Santo Domingo, el Apóstol», de San Miguel. Ha obtenido el 1er puesto en su salón desde 6to grado. Estudia el quinto ciclo intermedio de inglés en un prestigioso instituto de Lima. Ha integrado talleres de danza, participando en presentaciones de marinera, danza afro, huayno y saya, entre otros bailes costumbristas peruanos.

HISTORIA DE LA VIDA DE MI PADRE

Mi nombre es Madeleine, tengo 26 años y esta es la historia de la vida de mi padre, un padre al que vi por primera vez a los siete años y que solo tengo un recuerdo vago, un padre al que volví a ver a los catorce y al que no le guardaba ningún cariño, un padre al que nuevamente reencontré a los 19, pero bajo circunstancias que nos llevaron a tener por fin una relación padre-hija como debe ser.

Nací en Atlanta, en el seno de una familia acomodada. Mi madre es cirujana, al igual que mi padrastro. Ambos trabajan en el Emory Healthcare de Atlanta. Como ya les mencioné vi a mi padre biológico por primera vez a los siete años, en un viaje de vacaciones al país de mi madre.
A los catorce fue la segunda vez. Había pasado mi niñez sintiendo que Markus, esposo de mi madre, era mi papá. Al menos él fue la única figura paterna que conocía. A esa edad era una típica adolescente rebelde. La idea de ver a mi padre después de tanto tiempo no me atraía. Nos vimos un domingo por la tarde y se esmeró en contarme casi toda su vida, además no se cansó de recordarme su amor por mí y cuánto desearía que todo fuera distinto. La verdad, ahora lamento mucho no haberle prestado atención, no haberle hecho alguna de las tantas preguntas que tenía y ni siquiera haberme despedido con un beso.
A los 17 conocí el amor y también la decepción. Ese desengaño, en el que no pienso ahondar, fue tan doloroso para mí que tuvieron que pasar meses para poder sentirme mejor. Fue en esa situación que mi madre y yo tuvimos esa charla que debimos tener hace mucho. Conoció a Paul, mi padre biológico, en la universidad. Ambos estudiaban medicina aquí en Lima. Se enamoraron e hicieron planes para el futuro. Un futuro que no llegaría a ser tras la muerte de mi abuelo paterno. Ahora mi padre se vio obligado a hacerse cargo de su familia con su madre enferma y su hermana aún en la escuela secundaria. Por tal motivo, dejó la universidad, su carrera y su futuro; pues actualmente trabaja en una fábrica, en la cual ha laborado toda su vida. Aún en esa difícil situación permanecieron juntos. Pero el inesperado embarazo de mi madre empeoró las cosas por así decirlo, dando pie a la oposición de la familia de mi madre que nunca aceptó a mi padre; ni antes ni después de dejar la universidad. Mucho menos ahora en esta situación. Enviaron a mi madre a Estados Unidos, lejos de mi padre, conmigo en su vientre. Es así como mi madre Eliane y mi padre Paul vieron desvanecerse sus sueños en manos de personas que supuestamente creían que era lo mejor para ambos.
Conociendo esta verdad que me abrió los ojos decidí hacer las paces con mi pasado, conmigo misma y con mi padre. Le expresé a mi madre el deseo de viajar a Lima y verme con mi padre. Primero establecí comunicación telefónica con él, lo cual no había sucedido nunca antes. Era incómodo al inicio para ambos, pero poco a poco fuimos teniendo más confianza. Estuvimos algunos meses así, entre charlas largas y fotos del día a día y apenas acabé el primer ciclo de medicina en la universidad, volé a Lima a encontrarme con mi padre. Aunque a mi padrastro no le gustaba mucho la idea, finalmente viajé. Durante el vuelo pensé mucho en la posibilidad de recuperar de alguna forma el tiempo perdido. Pero la escasa semana y media que tenía por delante no lo iba a hacer posible, había mucho por hacer. Contemplé la posibilidad de quedarme a radicar en Lima y terminar mis estudios aquí, algo que no había comentado a mi madre y que dudaba en hacerlo. Llegué a Lima llena de ansiedad y emoción y aunque era muy tarde, mi padre esperaba por mí. Un tímido abrazo inicio nuestro primer contacto. Más difícil aún le fue a mi padre el reencuentro con mi madre y su esposo, al que por primera vez conocía. Una breve y diplomática charla cortó la tensión y nos dimos un adiós con la promesa de vernos al día siguiente.
A la mañana siguiente mi padre me esperaba afuera, en un Volkswagen de esos que ya no se fabrican, de esos que había visto solo en fotos. Partimos rumbo al barrio que lo vio nacer y donde hasta el día de hoy vive. Pasamos por pintorescas calles, algunas mostraban piscinas portátiles, las cuales llenaban con agua, balde a balde, con niños jugueteando en ellas. Casas a medio terminar, una losa deportiva donde unos muchachos jugaban al fútbol con tal energía que pareciera que les pagaran por hacerlo y hasta un señor preparaba una parrillada en plena vereda. Nunca había visto algo parecido en Atlanta.

Fuimos a desayunar a casa de Erick, un amigo suyo. Su esposa Sandra me abrazó como si me conociera de toda la vida. Ese desayuno parecía más un almuerzo. Entre anécdotas y risas conocí más de mi padre. Una llamada interrumpió la charla momentáneamente. Es allí donde Sandra me contó la historia de mi nombre: resulta que mi bisabuela, se llamaba Madeleine y vivió hasta los 98 años, ¡increíble! Al volver, noté a mi padre preocupado, pero eso pasó a segundo plano al comentarme que había una persona especial que deseaba conocerme e íbamos a almorzar con ella. La mención de «ella» me intrigó aún más. Mientras caminábamos, el desfile de amigos y conocidos era interminable y todos saludaban de una manera excesivamente confiable. Lo que más me sorprendió fueron sus expresiones: «Así que tú eres la famosa Madeleine», «Esta es la niña de la tanto hablabas», «Por fin te conocemos, solo te habíamos visto en fotos». ¡Dios! Esta gente sabía quién era, mi padre había mantenido mi recuerdo vivo todos estos años.
Finalmente conocí a Julissa, la pareja de mi padre. La sensación fue extraña, para ambas creo yo. Ella fue tan amable, como queriendo no decir ni hacer nada que lo echara todo a perder. Pensé: «¿Por qué no me lo dijo antes?». Mi padre se notaba nervioso, como si esperara que nada saliera mal. Pensé en lo joven que se veía, pero no le pregunté su edad. Mi padre tenía casi 40 y ella lucía como de 27 años. Me cayó bien, no lo voy a negar, me contó que es enfermera, vaya coincidencia. Sobre todo, porque mi madre es cirujana y yo estudiaba medicina. Yo veía feliz a mi padre con Julissa y pensé que al menos en todos estos años mi padre no estuvo solo. Llegó la hora de volver a casa. Había sido un día largo, inusual y lleno de sorpresas. Y solo era el primero. Nos despedimos, ahora sí, con un abrazo fuerte y sincero. Ya en casa le conté todo a mi madre, bueno no todo, y me fui a dormir pensando en que mañana tendría otro gran día.
Desperté tarde, lógicamente, era lunes y estábamos de vacaciones. Bajé a desayunar y antes de enviar un mensaje de buenos días a mi padre, Markus me advirtió que no saliera hoy, pues había disturbios en la ciudad. Me sorprendió. Ya no envié el mensaje, sino que llamé a mi padre. Extrañamente este no contestó. No quise alarmarme. Pusimos las noticias y la novedad era una huelga que había escalado a mayores y como resultado había dejado catorce detenidos y cuatro heridos de bala. Uno de ellos era mi padre. Después de muchas llamadas, mucha angustia y mucha información confusa, por fin pude ver a mi padre. Estaba en un hospital de la ciudad, herido de bala en la pierna izquierda y poli contuso. Una marcha que inició pacíficamente en busca de mejoras laborales había terminado en disturbios graves que la policía tuvo que contener, Erick y mi padre estuvieron allí, pero fue mi padre quien se llevó la peor parte. No podía creerlo. Pero gracias a Dios estaba fuera de peligro. Yo nunca en mi vida estuve tan angustiada. Por fin pude ver a mi padre y hablarle, mientras las lágrimas recorrían mis mejillas y él se esmeraba en decirme que estaba muy bien y que al día siguiente estaría de nuevo en el trabajo.
Fue una semana de recuperación. En esa semana yo lo cuidé y lo conocí más. Muchos amigos vinieron a verlo y cada visita era una conversación interminable donde cada anécdota era mejor, más extraña e increíble que la anterior. Le dije a mi padre que estaba pensando en quedarme a vivir con él. La idea le encantó al principio, pero luego me insistió en que lo mejor para mí era volver a Atlanta. Razones no le faltaban y para alguien como yo que no había pasado necesidades en su vida, iniciar una aventura así iba a ser complicado. No le mencione más el tema para no angustiarlo. Finalmente, mi padre se recuperó, volvió a su trabajo y yo tuve que retornar a Atlanta con la promesa de regresar. Esta experiencia, aunque breve, me cambió la vida por completo. Mi padre es un hombre que cometió muchos errores, pero supo corregirlos y demostrar que podía ser un buen padre, pese a las circunstancias. Y así lo hizo. Por mi parte, ya llevo ocho viviendo en Lima. Terminé mi carrera aquí y formé familia, me casé, pero esa es otra historia. Ahora visitó a mi madre en Atlanta y ella vendrá pronto a conocer a su nieto. Voy a ser madre y al contrario de lo que pasó conmigo, mi hijo, conocerá a su padre desde el primer día en el que vea la luz en este mundo.

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