Título: CHILALO ENCARCELADO
Autor: JEFFERSON ALEXIS ROA NEIRA – Seudónimo: Ave sin nido

Jefferson Roa Neira, 16 años, es oriundo del pueblo de Culqui, en la provincia de Ayabaca, Piura. Proviene de una familia de artistas y escritores en la región norteña. Actualmente, cursa el último año de secundaria en su pueblo, y se prepara para emigrar a la capital y continuar sus estudios profesionales. Además, ha ganado concursos a nivel de la UGEL de Ayabaca en Comprensión Lectora y Literatura. Es un apasionado de la poesía, aunque su sueño es llegar a hacer novela como su predecesor Augusto Roa Bastos.

CHILALO ENCARCELADO

«La libertad es una cadena de oro».

Me contaron los antiguos que los antiguos les contaron… que en las sierras ayabaquinas existía una bandada de chilalos de oro. Salidos de una cueva genesíaca, templo donde los incas guardaron los tesoros del imperio durante su huida. Típicos de nuestro norte, los voladores surgieron bañados en oro y con plumas de plata en su frente. Ellos tenían la mágica capacidad de volverse hombres, y de convertir a los hombres en pájaros.
Una tarde de invierno, mientras el sol continúa ausente y sus lágrimas heladas se acumulan en nubes, una bandada de pájaros cruza los cielos. Sin embargo, cierto pajarillo sale de ella y se extravía. Choca contra una vieja construcción que en otro tiempo fue la hacienda de la provincia. Se asoma a las rejas de la puerta, y empieza a buscar al hombre que necesita.


Alfons dirigía el partido político «Movimiento Social». Tiene tres hijos y una esposa a quienes cuidar, y no solo del terrorismo de gobierno. Su mayor interés ha sido, durante esta terminada década de los ochenta, lograr que su hermano sea alcalde, y él trabajar en la municipalidad para poder ayudar a su pueblo. Lamentablemente, la población tiene sus creencias e ignorancias, de modo que ha surgido un partido político distinto que se contrapone en casi todas las promesas de campaña, es llamado «Cambio norte», liderado por cierto comerciante usurero llegado de otras provincias.
Finalmente, por una corta diferencia de votos logra ganar el hermano de Alfons. La noche en que recibieron la noticia del triunfo la celebran con guitarra, bailes, aguardiente y poesía. Alfons, aprendiz de poeta, ha escrito muy poco los últimos meses, pero aún guarda en su memoria alguna rima que lo defienda. La noche se acicala y alarga, amada, en este frío; unamos tu amor al mío, y que la fiesta acabe con el alba…
Pero la mala noticia llega pronto: Un robo al banco provincial señala como principal sospechoso a Alfons. Es así que, sin pedir mayor explicación, la policía llega un día a su casa, le ponen las marrocas delante de sus llorosos hijos pequeños, y se lo llevan a rastras sin dejar que se despida de su familia. Se oye decir que los falsos acusadores fueron sus contrincantes políticos.
Lo condenan a diez años de prisión en la lejana cárcel de Ayabaca. Con una temperatura de cinco grados bajo cero y a 4700 msnm., es llevado a la prisión e introducido en aquellas celdas eternas. El granizo cae como pelotas en el patio, enfriando más el lúgubre templo del destierro. El lugar luce despoblado, sin guardias: vienen cada dos días trayendo comida para los presos. Éstos, en sus celdas separadas por dos habitaciones, ni siquiera intentan contactarse. La construcción está formada de gruesas paredes de barro y piedras, con un ligero acabado que se descascara poco a poco.
Han pasado tres días. El frío es insoportable, la tos se oye lejana. Será por eso que tampoco escucha nada de los otros, aunque al ingresar vio sus cuerpos taciturnos calcinados en olvido. Las paredes emiten un dolor seco y cabizbajo. No quedan ganas de recordar los versos más tristes o las cumananas más fuertes de aguardiente. Quizá surgen unos versos que en otro tiempo le hubiera escrito a su hermano, a su hijo, a su mejor amigo… He quedado ya muy solo, amado cariño: ni siquiera yo mismo estoy conmigo…
Es la tercera noche, el sueño huye por completo. La soledad es tan cercana, interna y oscura que parece nunca acabar. Hasta que, por fin, cierto hilo de claridad ingresó por los barrotes. Y con él, un ligero aleteo se dejaba oír entre la orfandad del alba.


El chilalo dorado y de blanqueada frente de plata persigue la luz con la mirada, hasta llegar al final de las celdas. Se dirige, incansable, por la entrada principal; va saludando con su canto a cada prisionero. Curiosamente, cada prisionero le responde con un canto taciturno y tenebroso. El pájaro llega hasta Alfons, lo reconoce. Ingresa entre las gruesas barras de hierro y se posa a un lado del poyo donde está acurrucado el prisionero. Estupefacto, Alfons lo observa sin balbucear apenas para evitar que se espante. Es la primera visita, y la única que tendrá, probablemente.
El chilalo fija su mirada en los ojos del hombre, lo conecta a su mística visión de verso volador, y le habla. Estoy aquí para ofrecerte un viaje de perdón. Conviértete en mí y tendrás la libertad en los aires. A cambio, yo me convertiré en ti y sufriré tu agonía. Si decides ser yo, brillarás eternamente, y eventualmente volverás a casa.
Alfons, anonadado, se toma un tiempo para respirar. Se toca la cabeza, se pregunta si está alucinando. Observa su comida: quizá lo hayan envenenado. Finalmente, vuelve a los ojos del pájaro y, con curiosidad, asiente.
La frente del chilalo expulsa una luz y, en segundos, Alfons se desmaya. Cuando vuelve en sí ya es un pájaro. En automático, extiende las alas y sale volando entre los barrotes. Apenas oye al prisionero que le grita, vuelve a casa, visita a tu gente…
Se cuenta que por aquel tiempo un pájaro parecido había irrumpido en la casa de Alfons, donde estaba congregada su familia y casi todo el pueblo. El chilalo observó un ataúd en el centro de la sala, voló hasta ahí al mismo tiempo que los presentes se sorprendían. Y Alfons, convertido en chilalo, vio el rostro de su hermano en el ataúd. El alcalde había sido asesinado de un balazo en la sien por los enemigos políticos.


10 años después, queda en libertad este prisionero dado por loco, como todos los de aquella cárcel. Los jefes de la dictadura ordenan desde la capital que lo maten. Los asesinos solo saben decir que, cuando le dispararon por la espalda, cayeron sus ropas, y un chilalo brillante salió volando como si fuera su alma.

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