Título: AVENIDA LIMA EN SEIS FOTOGRAFÍAS
Autor: RAUL TICONA ANCCO – Seudónimo: Cara de Ángel
Raúl Ticona Ancco es educador y periodista limeño. En octubre de 2015 publica la plaqueta Estirpe Etérea, selección poética del grupo literario de nombre homónimo. En noviembre de 2017, junto a Luis Yáñez y Jhocer Gonzales, funda el Proyecto Canto General (PCG): revista y TV online. En julio de 2018, constituye «Pulsión Creativa» –taller de análisis y creación de textos–, en diversas instituciones educativas. En junio de 2019, emprende «Viejos y caminos nuevos», programa documental de tradición oral y realidad educativa. Actualmente dirige la revista Canto General y realiza investigaciones sobre ciencias humanas.
I
Caminaba. Yo caminaba con los ojos caídos como si el tiempo estuviera suspendido en el perchero de mi camisa. Ojos caídos. Clavados en estas aceras húmedas de orines, flemas, vómitos. Sobre estas pistas hambrientas de tragarse hamburguesas de asfalto, caminaba elevando la mirada hacia esos bloques de cemento del emporio comercial más grande del Perú: Gamarra. ¿Quién no conoce Gamarra? ¡Lleve casero, lleve casero! En Gamarra lo único que importa, no es la gente, sino el dinero. Sí, ese bendito y maldito dinero que hace que los comerciantes te hablen bonito: pase caserita, pase, le haremos una rebajita. Pero lo que tú no sabes es que igual te cobran por esa rebaja. Lo que te voy a contar no es de Gamarra, sino de un lugar fachoso pero sabroso. Un lugar donde también el dinero importa; venga de donde venga, pero que venga. Donde lo bueno, barato y bonito de las cosas es solo para quien tiene la mirada de cóndor, la visión de águila y los ojos de lince. Ese lugar es: La Cachina.
II
Cuatro y cuarto de la mañana. Mientras Lima duerme, aquí empieza a despertar la viveza, la crudeza, el regateo, el recurseo. Aquí, el rey de los sentidos es la vista, y la labia es su reina. Tío, ¿cuánto marca esa máquina? Aquí, tus pies y tus manos deben ser más ágiles que el de los compradores, esos lobos que están al acecho. Sé rápido, astuto. No preguntes de dónde viene la merca. Solo ofrece, regatea, y no regatees mucho porque te pueden mandar a rodar. No seas hueso, es decir, paga lo justo; donde ambos, comprador y vendedor, salgan ganando. Aquí todo vale. ¿Qué, no me crees? Todo se compra, todo se vende. Compraste hoy, más tarde o mañana lo revendes. En La Cachina todo tiene valor. Todo es de segunda mano, menos los inodoros porque son muchos traseros.
III
Corrieron, corrieron. Ya sabía que iban a correr. ¿Los viste? Corrieron, no dejan de correr. Corren corriendo. Como siempre, veo aquí a varios correveidiles. Siguen corriendo por el corredero. Sigan corriendo hasta que les llegue un punto final. Corres y sabes que pronto ya no correrás. Lo único bueno que saben hacer es correr. Corren y pareciera que alguien les corretea. ¡Chápalo! Corren con las correas ajustadas corren. ¡Esto es un corrimiento! Recorren las mismas calles. Parece que disfrutan correr. ¿Deberíamos correr tras ellos o socorrer a las víctimas? Deberían corretearlos o correremos la misma suerte. Ahora te detienes por esos corredizos angostos. Se desvisten, se cambian, se sacan las gorras con esas viseras planas, se limpian el sudor de los mismos minutos de siempre. En sus mentes están registradas las mejores corridas que realizaron. Entran por sus mismos callejones donde no ingresan caras desconocidas. Están exhaustos de haber corrido. Ahora parecen estar más tranquilos. ¿Qué tienes ahí? Una Samsung Galaxy. Bien, causa, ahora nos caerán dos ferros. Dos ferros significan doscientos soles.
IV
Por estas avenidas, el chofer se mete, se mete. Dice que él manda en las calles, no la policía. Él es quien tiene la caña, no los pasajeros. ¿Te cree bacán? Que los pasajeros solo callen y miren cómo torea a los demás carros, cómo mete cabeza. El que se mete primero por la vía es el más vivo, menciona. Aquí su floro se impone, sino te menta a la madre. ¡Collique, Comas, Collique, Comas! O quiere bajarse del autobús en medio de la pista con una cruceta en la mano con la intención de reventar el parabrisas de tu carro. Porque aquí, la cólera es la única sonrisa de la gente. Mejor cállate. Sí, mejor nos callamos. Mejor, llamemos a los inspectores. Pero qué hacemos si cuando estos llegan de pronto se tutean, se saludan, se bacilan, se palmotean.
V
Cinco y cuarto de la mañana. Veo centauros parados en las esquinas colocándose inmensas jorobas. Pero en este lugar los centauros son convertibles. Tienen la cabeza, los brazos, el torso, las piernas de humano. Sin embargo, su cuerpo trasero es de fierro y madera, y sus patas traseras son dos ruedas de jebe. No son centauros mitológicos, son reales. Sí, son realmente reales. Llega el tiempo en el que avanzan, retroceden. Van y vienen, con esas gotitas cálidas que se deslizan nítidamente por la frente. Recorren por esas pistas barrosas del mercado mayorista de La Parada. Mercado que crece desmesuradamente en las calles. Si estos centauros se colocan más jorobas durante el día, sus bolsillos van engordando. Sus jorobas no son más que costales de verduras que trasladan hacia los diferentes puestos de venta. ¿No se cansan? No. Aquí la chamba es chamba, me dijo, una vez, el huaracino. Él llegó a los doce años a Lima sin conocer. A las justas acabó la primaria. Desde ahí, no ha dejado de chambear. Ahora, a sus cincuenta y dos años, se ha convertido en un honorable centauro. Uno de cientos, ¡qué digo cientos!, miles de centauros que trabajan todos los días. Gota a gota, con una faja en la cintura y un paño húmedo envuelto en la cabeza, en los mercados de esta avenida llamada Lima.
VI
En esta gran avenida Lima, las combis son como pequeños vagones de un tren mal estacionado. ¡Aaacho, Caquetá, Aaacho! Existen todo tipo de combis. Las más conocidas son las combis asesinas, esas que se llevan los cuerpos de la gente y sus vidas. Cuando te subes a una de esas ratas, ratas les digo porque se meten por donde sea con tal de llegar a su destino. Y eso, si llegan, porque a veces te botan como un bulto en medio de la pista con la excusa de que se ha malogrado o se acabó el combustible. Te decía que cuando te subes a una de esas ratas blancas, todos los pasajeros viajan con la cabeza agacha. No solo porque tengan sueño, sino porque de pronto les brota pequeñas luces de las manos que automáticamente quedan hipnotizadas como polillas a esas luces. ¿Qué generación es esta donde las personas tienen incrustadas una especie de pequeñas linternas en las manos? Esas luces alumbran sus rostros como si estarían buscando en medio de la oscuridad sus verdaderos rostros. Esos rostros que un día, no sé cuándo, olvidaron tener familia, amigos, compañeros. No sé cuándo, olvidaron lo hermosos que es platicar, soltar unas bromas, contarse del día. No sé cuándo, olvidaron los significados de mirarse, sonreírse, amarse.