El libro, basado en parte de su vida, recoge historias y anécdotas de su niñez, adolescencia y primeros años de juventud. Van acompañadas de una descripción rica del paisaje y de las costumbres andinas. Este es un resumen de alguna de ellas.
QUERIA SER UN ANGEL
Desde pequeño, Antuco sintió gran fascinación por los ángeles. Los descubre en un libro de Historia Sagrada, con abundantes ilustraciones a todo color, que encuentra entre los cachivaches dispersos en los baúles, botijas y caballetes de su abuelo. Desde entonces, creyó a fe ciega en la existencia de esos seres celestiales y comenzó a buscarlos en las nubes, acostado sobre las frescas hierbas, o encaramado en los árboles, luego del habitual baño en las aguas del río Mantaro. Su obsesión es tal que incluso llega a pensar que tal vez él también podría ser un ángel, pues tenía unos huesos en la espalda que podrían crecer más y convertirse en alas…. «¿Quiénes eran aquellos?, ¿por qué ese privilegio de ser hermosos, rosados, rubios y contar con dos bellísimas alas como emplumadas con pétalos de lirios o copos de espuma?, ¿por qué los desdichados mortales tenían que vestir su desnudez con horrorosos trajes y, sobre todo, entregarse a beber en las tabernas hasta perder el equilibrio y decir groserías en vez de procurar dominar el espacio, tocar cítaras y cantar, con purísima voz, cánticos a la Divinidad y sus santos y beatos?», pensaba.
En muchas ocasiones, su mamá lo había observado comer semillas, hacer ejercicios para desarrollar sus brazos e incluso tomar impulso mientras corría para intentar volar. Intentó controlarlo de muchas maneras, sin lograr calmarlo. «…Para salir de dudas, preguntaba a mamá Felicha y ella, con esa sonrisilla inconfundible de sus ojos, me mandaba al desvío diciéndome que los hombres, originariamente, tuvieron alas, ¡de verdad, hijo! (yo abría tamañazos ojos), pero que, tentados por el demonio en forma de serpiente, pecaron y que, en castigo, perdieron las alas y las demás comodidades edénicas, como la de sustentarse sin trabajar. Ya en posesión de aquella teoría, me conformaba maldiciendo a nuestros primeros padres por imbéciles y traidores…» (págs. 29-30)