III

Ahora Crescencia mía:

Hora de tener junto a mi costado de par en par abierto.
Hora última, máximo minuto de dolor.
Hora en que torne a crucificar la muerte a mi agonía.
Hora del cumplimiento de la sal impelida a los ojos.
Hora en que me sienta denso de corazón como el mar.
Hora en que el cadáver del beso se levante de sus cenizas
y nos pida la convulsiva sepultura de los labios.

Cuando se ama con la intensidad de todos los sentidos,
sólo el egoísmo salta sobre el mundo como si quisiera
ensanchar sus dominios de fuego, de desastre póstumo,
como si quisiera aniquilar a todos los hombres
y dormir una silenciosa eternidad
bajo pabellones empurpurados de rosas, sangre y jacintos….

Hora del viraje al vértigo de los sueños en delirio.
Hora en que el control se ignore de existir y ruede inánime.
Sí. Los más grandes amadores como nosotros
se fueron hasta la muerte a comprenderse que se amaban.
Yo y tú, aislados como dos océanos y curvados de angustia.
Querer sabernos compenetrados querer hallarnos en unidad
tal es la amarga raíz que nos crece en la sangre,
y pensar que es una suavidad de rocío
la ternura levemente diseñada en nuestra actitud
y que ocultamos el mayor grito de sabernos poco,
que nos buscamos voraces cuando más cerca estamos,
que tenemos pena como si tuviéramos un abismo entre nos…
¡ay, yo buscarte como si estuvieras más distante que la muerte!

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