La marinera, vértigo de fuego,
de corazón de uvas y obscuras pasionarias,
de senos empinados como dagas
y voluptuosos muslos de serpiente.
Ahora, qué propicia está la noche:
olas de olor en pétalos fogosos.
Una mujer que surge,
las pupilas le caen como dientes en sus formas;
ella siente las mordeduras, vibra,
qué mirada quemante que enarbola
como versos de fuego;
los suspiros la envuelven en lenguajes procaces;
baila, qué modo de sus senos fuertes
de estremecer, hasta la noche ciega
abre sus ojos; la guitarra, la caja
están en pugilato, le hablan tanto;
le ruegan, precipítanse sus notas
hasta sus pies, suben a sus caderas
y mueren… y ella es un diluvio ya,
vaivén, rito sublime de candela,
licor humano que se filtra por los ojos.
Su cuerpo es de adorar: era ya vertiente
que se dilata, crece como espada,
corta, la herida que abre es miel de fuego,
o es río que se doma y se adormece,
o es huracán de llamas, ¡qué huracán!
follaje de pasión que se devasta
olas de luz, catástrofe adorable,
locura de la carne, estremecerse
de pétalos de fuego en tempestad,
dardos de amor … pero ese cuerpo cabe
para besar; ¡qué vértigo absoluto!
alienta la alegría sus palomas
y crótalos ¡oh, inmensa marinera!
La noche está que incendia,
la noche melenuda de ojeras como el vino
estalla dentro el escenario
los rubios escorpiones de sus besos.
Y la noche virtuosa llena de miel de luna
abriéndose el corpiño y soltando sus senos.
¿Oh, la noche de boca mortal como las llamas!
Y la mar a lo lejos canta entre dientes, canta
su guitarra de dunas y peces de mercurio.