Un sagrado terror que nos vigila.
Mudos, perplejos, locos y obligados
a sostener la angustia en la pupila.
¡Ah, dolor de los ojos ya quebrados!
Muerte tan sólo, espada que se afila
para el país de los enamorados.
Dios tiene una hoz de amor que nos mutila
como a los tiernos lirios de los prados.
Amemos a los ojos que han llorado,
a los que están con sed de otros amores
y a los que llorarán si no han llorado.
Al huérfano de amor cuya mirada
no encegueció la luz, de miel ni flores,
al desprovisto, a él, que no amó nada.