A Carlos Velit

Esa noche el dolor, él solo vino.
La noche era de un negro metal acribillado.

Esa noche el dolor, él solo vino,
el viento se mataba de estrellarse tanto.
Esa noche el dolor ¡qué solo vino!
Lleno del polvo del trajín lo he visto,
en vez de rostro sólo sus dos ojos macabros
por el camino, en alto, volando como fósforos.

Le abrí la puerta
-me pareció que todo el mundo entraba-
No comía aquel hombre, devoraba
el pan avinagrado.
¡Cuánto de soledad
en la curva llanura de su frente!
¡Cuántas penas del mundo denotaban sus ojos!
Misérrima era el agua de mi jarro
para el desierto de su sed.
Con una manga se limpió la frente,
sacó un residuo de cigarro,
se dispuso a fumar…

¡Qué triste geografía humana la del hombre,
la de ese cuerpo roto: herramienta
de carne que arrojaron¡ Yo lo he visto.
¡Cuánto yo padecía, sollozaba,
por cada andrajo que colgaba de él!
Ahora os puedo asegurar por mi cabeza
que era Jesús resucitado, era de barbas luengas,
era Dios resurrecto vestido de overol.
¿Una piedad igual volveré yo a sentir?
Me apresuré a buscar más de algún pan.
¡Más bendito sería yo por siempre
si habría sido pan en aquel acto!

Y me narró lo que narrar podía.
-En cada pausa un mundo se le atracaba en la garganta-
No de cosas quejose pero del hombre sí.
-¡Nada hijo mío, nada!

Calló. Su silencio me cayó en el alma estremeciéndome.
Crispó la mano, no maldijo, no blasfemó.
La palabra que pudo proferir pudo partir el mundo:
-trabajo cuesta andar
para acabar en loco u homicida-

Miró su puño recogido,
nerviosamente manso estaba el puño.
Y ese puño que pudo redimir hasta a Dios mismo,
libertarle del hombre, de sus mezquindades,
-porque el hombre esclaviza a Dios también-
que pudo estremecer la selva entera
de hombres cascando huesos de hermanos en la tierra,
se iluminó, bajó desde aquel rostro
redimiendo el cadáver de una lágrima.
Lloraba el hombre.

Hoy me es vago el recuerdo,
no sé dónde lo vi, en qué escenario
yo me afané en verle, salvarle, socorrerle.
¡Oh, espantoso suceso!
¿En qué ansia, en qué delirio, en qué sueño, lo he visto
tropezar con su carga de mundo, levantarse,
caminar dos pulgadas, resbalando,
desollándose el pecho, los hombros magullados,
el estómago fiel bajo la axila,
el cráneo destroncado
y el corazón saltando como un pájaro
de espanto y desangrándose…?

Loca la muchedumbre cerró los ojos, duro,
y yo lo sigo viendo a cada paso, noche a noche
y cada día, aparecer
y desaparecer cargando a cuestas
su propia espalda ya sin huesos,
su estómago queriendo remendarlo,
buscar a tientas sus dos ojos
para llorar, para seguir llorando…

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