Llamamos, con nosotros, a los dioses,
pero ellos no vinieron. Todavía
estamos condenados. Nuestras voces
lamentan su reconditez vacía.
Nosotros expulsamos a los dioses
y ahora, por qué llorar nuestra agonía.
De nuestras manos nos crecieron hoces.
Se quemó en nuestras bocas la alegría.
¡A qué llamar los dioses si se han ido
a tiempo! ¡Ya los hombres son los amos!
¡Lloremos sin remedio nuestro olvido!
No maldecir la vida ni la muerte,
pues ellas, inocentes son. Querramos
el mundo, al viejo, al niño, al triste, al fuerte.