Soy el que ahora,

bajo la noche empurpurada y loca

y el viento policial –un viento infame-,

el que ahora sufre,

entre sangrientos belfos

y lechos en desorden,

con la espada del ángel en la diestra,

frente al verde esqueleto del océano,

bajo la voz de fuego de los astros,

el que ahora sufre.

Tengo bajo mi pecho

el rostro mutilado de mi Patria;

es un rostro colmado de gusanos,

comido y carcomido por las llamas

de algún dolor maldito y miserable,

corroído de innumerables ratas,

pálido y dulce,

lleno de cucarachas y de víboras,

sobre la hoz criminal del exterminio,

como un ángel de amor decapitado,

insepulto y podrido,

fétido y nauseabundo.

¡Ay, rostro mutilado de mi Patria!

Mi corazón –pequeño mar turbado-

desbórdase salobremente puro,

bajo la dentellada de la tarde,

desbórdase,

bajo el alba ultrajada de cernícalos,

sobre la rosa impúber del crepúsculo,

desbórdase al conjunto de siniestros

murciélagos sedientos,

mi corazón – pequeño mar turbado-

sepulcro de recuerdos,

foso de pájaros enmudecidos.

Nada es tu espalda, General valiente.

No siembras tú siquiera la hortaliza;

la siegas, sin embargo, y con tus botas

salpicadas de estiércol y de semen,

pisoteas el código,

partes en dos las tablas de la ley.

Nada es tu Biblia, angelical Pontífice;

nada tu báculo frente a la grey,

ni tu enjoyada mitra, ni tu mano

de célico Pastor. Están las puertas

no en pie sino de par en par abiertas

al gigantesco cuervo de la estepa

que te saca los ojos

y en bandeja de miel

te da a comer tus propios ojos.

Mi voz se deteriora;

mi voz se cierra como un libro y se abren,

no la oración en flor sobre mi boca,

sino el delirio y la blasfemia juntos.

¡Gritar!

Quiero gritar y grito, y sólo el eco

devuélvese a mi pecho como piedra

lanzada por el mismo Dios.

¡Gritar!

Quiero gritar y grito sobre el rostro

de mi Patria difunta, de mi Patria,

viuda una vez, viuda otra vez, sin padre,

sin hijos, solamente concubina,

solo eso, miércoles.

Mi patria tienes costras: no son suyas;

y altísimas montañas: no son suyas;

ríos que cantan glorias al arado,

bosques que rumian oro: no son suyos.

Mi Patria tiene estrellas como arena,

cúpulas de maíz, vestales délficas,

y no son suyas, no son suyas, no.

Mi Patria tiene música y pastores,

flautas que horadan épocas y siglos,

vientos que jinetean cordilleras,

santarrositas que encorbatan nubes,

pero de todo nada es suyo, nada.

Y yo predico:

no quiero ya vivir solo de símbolos;

quiero vivir en carne y esqueleto,

vivir como hombre, con mis dientes dando,

seguros, sin temor, a la dulcísima

migaja de mi pan que ya no es hostia.

Predico, sí.

No quiero ya vivir solo de cuentos.

Quiero mi mesa de madera basta,

mi tosca silla, elemental, mi sitio,

mis libros, mis periódicos, mis lápices.

No quiero ya vivir sólo de Historia.

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