IV
AHORA sí la lloro y me estremezco
de haberla ya perdido. Siderario
fulgor que no es; dolor que te padezco
de padecerte muero solitario.
Vierto en la tierra el llanto, al mar ofrezco
los cauces de mi sangre, muero a diario;
de nórdica tristeza palidezco
sobre este oscuro mar imaginario.
Pétalo de qué reino no creado
deshizo la segur, y todavía
difúndese su néctar perfumado.
Oh, la dichosa flor de la que era
capaz para morir la poesía
como ante el fuego la votiva cera.