XII

TODO te he dado a ti: amada has sido,
no mi puro dolor, oh, todo;
fuiste para mi sed el agua dulce,
suavidad alfarera para el vaso
transparente y ubicuo del amor;
me indujiste a caer entre tus tiernos
declives para neblinarme el alma
y revivir…
¡Ay, de acabarme, de punirme
esta nostalgia vegetal, ubérrima,
estraga mi armazón de nervios írritos!

Recuerdo, reenumero: aquella vez,
después, allá, además… Todo esto es obvio.

¡Ay, mi sueño larvado de locura
y de todo dolor, libro de fuego
con la sangre de Dios y con el llanto
mortal! Agible fue el más dulce sueño.
Haces de luz corrían por las llambrias
montescas. Flores que ahora son jarales.
¿Qué premura tuvieron estos días?
¿por qué no los atamos a los palos,
sobre las mismas drupas, las corolas
y espigas de la soledad?

¡Oh, días!
Muertos son, polvorosos, bajo el fuego
que llega de la muerte, ay, de la muerte…

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