VII
SALID, mujeres, de esta tierra y vedla;
ahora podéis, oh, núbiles doncellas,
untar vuestros caminos de alhelíes,
de mirtos, clavellinas y violetas;
porque ella viene y llega, sus cabellos
de oro luciendo; porque es blanca y bella
su garganta es la enémona, sus dientes
de fina sal, sus ojos de agua fresca;
sonaron las trompetas y ya se abren
las puertas de cristal del alba, vedla,
es mi amada que escancia de áureo aljófar
el soto y las corolas con su néctar;
oh, dulce segadora que se allega
como la luz, su nuca es como perla
y su guedejas como flores, niñas,
y su aroma es aroma de leyenda…
no han soñado los hombres cuando afirman
haber hallado una vestal; no sueñan
si han aspirado ungüentos inefables
en la celeste y florecida selva;
digo, si ellos soñaran o mintieran
tendrían ya la frente, de luciérnagas
y orugas carcomida, y devorada
la boca de libélulas y abejas;
pues, esta y no otra es la que sueño y amo,
porque es suave como suave niebla,
porque entre greyes y entre flores mora
y porque es dulce como mi tristeza…