Sevilla y el Guadalquivir: dos seres.
Ella, mujer; él, trovador galante
que la ase el talle en el redil brillante
de sus copiosas ondas bereberes.

Sevilla, en que la generosa Ceres
dispuso rosas en su andar errante.
Replétanse sus calles al instante
de arcádicos manojos de mujeres.

Patios de carmesí, de jaspe y gualda,
calles por donde fue la morería
segando estrellas para la Giralda.

A veces un murmullo transitorio
rompe la episcopal monotonía…
¿Será la sombra de don Juan Tenorio?

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