XX
A mi Señor que diome alegremente
la vida que le debo, vida llena
de mesa bien colmada, de alacena
surtida y agradable pan caliente…
A mi Señor que en refrescar mi frente
se empeña cuando el duelo me enajena,
¿por qué le ofendo yo, y añado pena
mayor al que me sufre diariamente?
A mi Señor debiera en forma diaria
llevarle florecillas olorosas
o al menos, ofrecerle una plegaria.
A mi Señor debiera, en vez de ofensa,
darle mis gratitudes por las cosas
con que abastece a diario mi despensa.