XVIII

Cantando en el camino de la vida,
mi corazón volcó tan sólo flores.
Soy uno de esos viejos trovadores:
para alegrar, callé mi propia herida.

Por diosa tuve a Venus. Por bebida,
siempre ilusiones, siempre los amores.
Soy de ese coro azul de ruiseñores
en éxtasis el alma suspendida.

Mal incurable el mío: dar el beso
a la heridora mano del villano
y nísperos de almíbar al gusano.

Vine del polvo, al polvo me regreso;
para que al viento queden mis cantares
con el humor sutil de mis azahares…

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