II

Alma, ven conmigo. La tarde nos llama.
Mira en el crepúsculo esas suavidades
de oros y carmines: luz que se derrama
sobre los alcores, campos y heredades….

¡Qué magnificencia! ¡Qué matiz! ¡Qué gama!
La montaña, el río: tímidos cofrades.
Alma, esta inefable quietud que embalsama
hace que yo olvide mis iniquidades.

Alma mía, mira la dulzura agraria.
¿Qué sucede en torno? La montaña que ora
se hunde en las pascuales sombras invasoras.

Y en mi labio hereje tiembla una plegaria.
Se aproxima lenta la noche estrellada.
Esta es, alma mía, ésta es mi morada…

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