No de Vallejo el padecer terrible,

ni de Hugo el grande, el ritmo soberano,

ni de Darío el cántico profano,

ni de David la lira intransferible.

Algo más, algo críptico, intangible,

un leve resplandor ultramontano,

el iris que, surgiendo del pantano,

brilla en el cielo y tórnase inasible

Sugestión, nada más, relumbre raudo,

en cuyo examen ejercite laudo

no la razón, sino el instinto solo.

Siendo áptero, remonte vuelo altísimo,

siendo silencio, sueñe… Pequeñísimo

silvano de la cítara de Apolo.

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