XII

Llevado de mi instinto y de mi gana,
por inholladas sendas prefiriera
perderme abandonando la malsana
ciudad que asfixia, hiere y desespera.

Por huertos de limón y de manzana,
de rosas por idílica pradera,
gustando de una recia comarcana
la fuente rosa de su carne entera.

Con sosegado impulso, el cuerpo ungido
de menta, de alcanfor, de hierbabuena,
fin de la angustia el ritmo dolorido.

La mano puesta en la hoz, no en el cuchillo,
y al sol tostándose la piel morena
de la aldeana de rojo y amarillo.

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