IV
Todas las mañanas, cual un pajarillo,
salta mi alma al campo, se abre y se renueva;
recoge el aroma fresco de la gleba,
del cielo el color, del témpano el brillo.

¡Pobre pequeñuela! Mirlo o gorrioncillo,
se hunde entre los surcos, se exalta y se eleva.
Parece olvidarse del dolor que lleva.
Posee un corazón tranquilo y sencillo.

Tiene por hermanas la avispa y la hormiga,
parla con el lirio, la rosa y la malva.
Sabe intimidades del cardo y la rosa.

Tanta es su alegría, tanta su emoción,
que al menor influjo se rehace y se salva
y trae para todos el dulce perdón.

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