XXIII

Oh, soledad, si al menos me dieses a gustar
la profunda dulzura de tu reino dormido…
si al menos me llevases al campo, al olivar,
y a la fontana oculta y al manzanar florido…

Si en mi alma renacieran las ansias de trovar
y un hilo de fulgor sobre mi pecho herido,
de nuevo me daría de lleno a caminar,
abrazándome a todos, feliz de haber nacido…

Oh, soledad, ansioso de ti, y enamorado,
de nuevo tornaría a la olvidada aldea,
y a la cabaña humilde y al huerto perfumado…

De nuevo estrujaría las hierbas en mi boca
y aspiraría el rústico perfume, con la idea
de sentirme un pedazo de terrón o de roca.

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