El cielo se llena de estrellas,
los seres mundanos levantan los ojos,
algunas mujeres se postran de hinojos
y exultan sus sacras plegarias muy bellas,
henchidas de paz.

Los hombres se inclinan y rezan,
los niños cansados del juego
se llevan las manos al pecho, y luego,
fervientes, se ponen un himno a cantar.

Yo, sólo contemplo en la calma
la fúnebre noche de mi alma,
y ruego como ellos ardiente
mirando indulgente
las llagas de mi alma que son mis estrellas.

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