Asistí con gozo supremo a los festines de Góngora
y entre bandejas de metáforas me harté de sus manjares.
Entré, gozador de manzanas prohibidas y corolas nupciales,
en los huertos en éxtasis de Teresa de Jesús.
De Bécquer, entre vinos y rosas, bebí sus ardientes lágrimas
y comí, bajo el malva de los cielos de Moguer,
las dulces uvas moscateles de Juan Ramón…
¡Qué hermoso viajar por los reinos de la lengua de Castilla!
Quevedo tiene cisnes entre leones y leopardos.
Entrando en el dominio de la prosa de Cervantes,
hallé ventas y molinos y palacios y castillos encantados,
y a él, a Cervantes, hecho todo un príncipe glorioso
con su gallarda majestad de dios al lado de Homero.
Al buscar palomas, hallé águilas en Unamuno,
azores en Azorín, con estrellas en las alas y
en el pico…
¡Qué hermoso viajar por los reinos de la lengua de Castilla!
Rubén Darío, no un pontífice, no un apóstol, no,
sino el más colosal atleta del Pentatlón lingüístico,
con su guirnalda de astros, y el cuerpo, fuerte y nervioso,
todo bañado de rosas y perfumado de sándalos.
Montalvo y González Prada, volcanes hacia la Cruz del Sur,
lanzando sus lavas de oro y orquestando vientos y rayos.
Ricardo Palma, zambo parlanchín, con el dulzor de la miel
en las cosas que dice. Sus jardines están llenos de avispas.
Chocano…Le abrí el oído y me supo a tormenta,
a explosión, a fustazo, a revólver, a catarata.
Es un huracán nutrido de cantos de ruiseñores.
Neruda es el río más largo y más triste de Sudamérica
o es un órgano crepuscular tocado por el diablo.
¡Qué hermoso viajar por los reinos de la lengua de Castilla!
Vallejo es un faraón, un inca, rey al fin,
por lo hierático, por lo simbólico, por lo abismático.
La Storni, la Agustini, la Ibarborou, la Mistral
y todas las hembras de las ardientes tierras americanas,
son ángeles perversos cuyas arpas están hechas con nervios
de serpientes y escorpiones y murciélagos. ¡Dulces hembras!
Y tienen vinos de pecado y sutiles brebajes bajo los ojos…
¡Bravo los españoles! Ellos crearon la recia palabra,
la flor de la locura, el astro de los alucinados,
el néctar de los ebrios, el rayo fulgurante de los dioses…
Ellos crearon la dulce y terrible palabra para que yo,
como un dios adolescente, ebrio y delirante, me embriagara
de sus formas más puras, más radiantes, más bellas,
más perfectas.