Título: SIMPLEMENTE KILLA
Autor: WILDER JARAMILLO HUALPA – Seudónimo: «kunturi»

Wilder Jaramillo es de la provincia de Ayabaca, departamento de Piura. Premio Internacional de Poesía y Literatura Ciane 2018, autor del libro «La agonía del cumpa»

SIMPLEMENTE KILLA

Killa, la hermosa pava de monte, conocida también como «pacacunga», una palabra de raíz quechua, que a decir de algunos lugareños significaría «cuello escondido» o «nuca pelada», sobrevolaba por los aires de uno de los sectores del gran complejo arqueológico de Aypate, sobre la kallanka, el recinto de planta rectangular de ciento quince metros de largo.
Era de noche.
Killa continuaba sobrevolando por encima del recinto de trece puertas. Lentamente. Admirando las constelaciones del Hanan Pacha, el mundo superior, donde nuestros antepasados tuvieron la certeza que siempre estaba vigilante el dios Inti y la mama Quilla.
Abajo, en el bosque, dos gorriones dormían tranquilamente, sin imaginar que Killa continuaba en lo alto, extendiendo sus marrones alas, aleteando muy despacio, buscando con su mirada a Calisto, la ninfa de Artemisa, convertida en la Osa Mayor. Y luego dirigiendo su vuelo en dirección de la constelación de Orión: el mitológico cazador que eternamente permanece en el firmamento acompañado de sus perros fieles, el can mayor y el can menor, lejos de Scorpius.
La hermosa pava volaba sobre las edificaciones que los incas construyeron en los andes a fines del siglo XV. Observando cada vez con más admiración y nostalgia. Algo inusual en su especie. Es muy conocido que las pavas de monte, al igual que el Túcan Andino Pechigris, y otras aves más, duermen en la noche, con la ausencia de la luz, refugiándose en los árboles, con la finalidad de resguardarse y responder luego al estímulo de la luz para despertar y recorrer, volando y saltando, por los frondosos árboles de los bosques.
Las horas avanzan.
La hermosa ave cuando se da cuenta que la noche ha terminado, imitando a los murciélagos, a las lechuzas, y a otros pájaros nocturnos, se queda quieta en la rama de un frondoso repraguero amarillo, muy cerca de una radiante orquídea morada.
Son las seis y treinta de la mañana.
La pacacunga nocturna siente que una pesada sábana cubre su cuerpo. Sus intensos ojos negros parpadean asustados. Haciendo resistencia por mantenerse alerta. Pero es desigual la lucha. Las sábanas blancas la dominan. Y cada vez más se adueñan de su ser, cubriéndola lentamente.
Y de pronto cree ver a su adorado Inti volando por los aires con los ojos llorosos.
Killa, sintiendo que su corazón se le sale de su pecho, alza su ala derecha y llama a Inti. Y este, inclinando su cabeza y cuerpo, acelera su vuelo y se acerca, con la mirada baja, juntando el pico en el oído de ella y diciéndole sin hablar que huya del lugar.
Killa se asusta. Pero Inti le dice que observe a los hombres que se acercan provistos con sierras eléctricas.
El temor y desconcierto de Killa aumenta. Los hombres empiezan a usar sus ruidosas sierras. Los árboles caen. Los nidos de las aves empiezan a desplomarse.
«¡Oh, ¡mi adorado Inti, huyamos!»
Dice Killa
Pero su dorado Inti ya no está más en este mundo.
Killa, llorando sin control, siente que va a perder el conocimiento. Y ocurre lo inevitable. Siente que algo golpea su cuerpo.
Killa, la nocturna pava barbada, como el ave Fénix, alza su cabeza y sacude su brillante plumaje marrón. Al fin despierta de su atormentado sueño. Los rayos del sol son sofocantes. Apenas ha dormido.
Lejos del lugar, en la ciudad, en las torres del municipio de Allauca un viejo reloj anuncia las seis y cuarenta de la mañana.
Killa, la Pacacunga nocturna, emprende su acostumbrado vuelo, deseando en lo más profundo de su ser alejar aquellos terribles presentimientos sobre un futuro negro para su hábitat.

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