(A José María Arguedas)

Lo conocieron mozo, solazarse
descajando las peñas desde raíz,
sentirse grande, rostro musical
floreciendo de tórtolas, palomas.
Conocieron con su onda de crepúsculos
aventarse de arriba, desde el cielo
por la verde ladera de los pastos
despertando manadas de silencio,
amontonando estrellas en los árboles
y en la alforja de su alma campesina
besos de miel para su compañera.
Los balidos de sus ovejas conocíanlo
buscándolo en la inmensidad del llano.
En el blanco ceramio de su pecho
él grababa paisajes, y alboradas.

Y libre como el potro, como el toro
con su voz fuerte de gañán.
Los ríos se le abrían como muslos
redondos de cristal y él los gozaba.

La quena traducía los copiosos
paisajes de su corazón, lloraba
mixtura y miel por sus divinos ojos.
El amaba su quena. Su cabaña
a medio campo olía a escorzonera,
a hierbabuena, a sauce melodioso.
Sombraba, y la humedad del suelo abría
la gratitud florida de sus labios.

Kanti vestía los domingos faldas
teñidas de crepúsculo, de sangre
rural; él descolgaba desde el alba
su poncho heptacolor, y ambos al pueblo
él montado en su chusco trotador
y ella en su burra blanca; él descotaba
el seno de su pífano sembrado
de jilgueros; el campo para verlos
acudía trayendo sus canastos
de gorriones y tórtolas.
Desde la estepa azul del cielo se lanzaban
las wachwas y palomas, y cobraba
la pampa luz y melodía, el pecho
prendido de claveles y mostazas
mientras el viento desparramaba olores
de maizal y alfalfa.

2

Llegó la temporada de la leva
en cuarteles de crimen como a bestia
le maniataron; nuevas teorías
de matar le enseñaron, era justo
saber calar la bayoneta, amar
la muerte, obedecer a ciegas,
respetar, nunca responder al amo,
decir «señor» sin comprender aquello,
no alzar los ojos al mayor, callarse
al golpe inmerecido, al ajo ¡al ajo!

Cuando volvió, Kanti había parido.
Cuando quiso tragarse la saliva
se la hubo convertido en sollozo.
Un monstruo rojo le gritó en la sangre.
Un animal herido a muerte le rugió en la entraña.
Se enloqueció su sangre como un río.
Sus músculos temblaron como diques.
Le galopó en el pecho un potro en ascuas.
Un jaguar maduró en su lengua. Viento
de lágrimas corrió por sus pupilas.
Cayó a sus ojos desde su cabeza
un relámpago, se mordió los labios.
La sangre le chorreó. No blasfemó.
Y sus manos crecieron hasta el cielo.

3

Optó alquilar su cuerpo en las minas,
Cerro de Pasco fue, y al poco tiempo
las fauces de la mina le comieron
la pierna, las dos piernas ¡ay, sus piernas!
Cerro de Pasco fue, y amaneció
dentro de un hospital, buscó sus piernas,
lloró, imploró, besó su sangre muerta,
quiso buscar su medio cuerpo, quiso,
miró su medio cuerpo abandonado.
¡Ay, su cuerpo salido de su tronco!
Quiso correr para buscar sus piernas…

Y allí lo ven (los hombres no lo han visto)
Lo ve el viento y le lame sin rubores.
Lo ve el sol y los huesos le calienta,
pero él pregunta a todos como un niño
si sería posible ¡cuánto lo daría!
por comprarse dos piernas, sus dos piernas.

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