(A Julio Garrido Malaver)

Al escribirte ahora me duele a muerte, ¡cuánta
pena de ausencia! duele decir que estás ausente.
Pienso que me he quedado, que fui fuerte a la muerte,
o, ¿por qué no me quiso? ¡Ah, tú eras dulce, bella!
Interrogo y me dicen voces que tú has querido
nido de un rubio pajonal de estrellas.
Yo sé que tú viniste de la luna
y sé también que te volviste a ella
mientras que yo te busco ciego, desconsolado,
te busco en estos agros, donde madura el trigo,
te busco y están ciegas mis manos de buscarte.

A todas horas estoy yendo al alba
porque allí comenzabas a crecer como el lirio
y –ya se fue la que adorabas, llora, llora-
hay una voz que corre por el valle
y está a punto la pena de quebrarme.
Lo sabe el viento, este hermoso viento
que no te besa ya en el dulce pecho
ni te arroba en su canto de zampoña
ni desbanda tus trenzas como alondras.
Sólo me queda dialogar con esta fuente
que llora lágrimas de plata en ruecas
de soledad, silencio, orfandad de niño.

Mi alma también cual ella llora mucho.
Los dos lloramos. Ella nunca olvida
las horas de éxtasis en que abrazaba
tu cuerpo de amapola. Te adoraba
bajo el fresco dosel de los quinhuales,
del sauce, de los tumbos; te abrazaba
fuerte en sus brazos líquidos y yo reía,
salpicaba tu vientre con el agua
y tú, miedosa me decías – no hagas.

Me gustaba tocar tus duros senos,
el besarte era dulce, me sentía
morir en la rosada y fértil pulpa
de tus labios. ¡Oh, idilio campesino!
¡oh, delicia rural! Atardecíamos
comiendo mote y queso; junto a un árbol
cantaba un pájaro que ya nos conocía,
y el árbol lugareño hoy ya no tiene
esa égloga de trinos. ¡Todo duele!
Todas las tardes vuelven las ovejas
con los ojos vacíos de tu imagen,
y tú no estás mi tórtola morena
con tu quipe de estrellas. Ya no vienes.

¿Quién te cortó las trenzas de chivillo?
¿quién se comió el membrillo de tu frente?
¿quién los cláveles de tu fresca boca?
¿quién los redondos panes de tu pecho?

Tu vientre era de greda y de canela,
a rosa olías, a fecunda tierra,
a tierra arada, a manzanillas rubias.
Por tu cuerpo peleaba con el viento,
hasta celos sentí del agua y viento.
¡Oh, de tu falda que era de crepúsculo!
Tus manos como flores de zapallo
en que mi sed bebía como oveja
el agua de tu cálida ternura.
Tu cabellera pastizal en que mi frente
reposaba los sueños adorados.
Tus ojos un camino porque me iba
a recoger estrellas y celajes
y a colectar llanuras de retamas.

Ahora una pena negra que me crece
y me duele en el pecho como un río.-
Estoy así, matándome de pena.
Me sitúo en la noche, me sitúo
donde es posible hallarte, pero nada.

¿Dónde estarás dormida, dónde ahora
tus nalgas de durazno como moles
de canela, cual bloques de preciosos
cedro de Canadá, tu hermoso pecho
cual dos morros de malvas y tu vientre
redondo, de tambor, tu obscura axila,
tu ombligo, esa oquedad de remolino…

¡En dónde estás! ¡en dónde! Y esta sola
palabra está quemando mis entrañas.

Ya no está entre nosotros –dicen las mariposas
ya no está entre nosotros- los rosales difuntos.
ya no está entre nosotros – y sollozan los árboles
y de sus ojos verdes se derraman los pájaros.
Ya no está entre nosotros….
Y cada tarde doblan las campanas,
aguardo, el aliento me contengo, destaco
mis ojos a los cielos como si te esperara,
que los sepulcros se han de abrir, que hasta las piedras
han de temblar, y luego tú, pero ay, me engaño
y mutilado quedo, quemando mis palabras
con mi tristeza grande como el mar…..

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