Te vas con el sollozo de la noche
y yo que estaba en ti, frente a tu rostro
de inmensidad amando tu silencio
lleno de voces, salgo a la mañana
y encuentro los rocíos en la hierba,
el lenguaje del viento en los caminos
y en los ríos tu doncellez de nube
algo tan semejante a mis bondades.

Sin duda que te quiebras a que el hombre
goce tu multiplicidad de darte.

En todo estás cuando la luz del día
se marfiliza de color y ablanda
como la leche que las aves beben
lo mismo las raíces de mi sangre.

¿Para qué nace el día si en la noche
más inmediato estás, si adquiere un solo
color tu faz y es como llama viva
frente a mis ojos y mi corazón?

El sagrado temor que posesiona
mi piel y mi alma se conmueve tanto
y yo te pienso enmudecido; siento
que en plena obscuridad te reincorporas
para seguir creando, y ello engendra
tal inquietud en mi que a veces palpo
tu aliento que me quema dulcemente,
que me circula cual licor purísimo
hasta nacerme flor de alguna imagen.

¡Ah, la noche tu cítara en que canta
y en que te escucho yo, sobrecogido!

En el poblado azul en que detona
tu pelo lucernario, ¿no está suma
tu presencia tribal con barba hermosa
de espuma y nácar navegando al viento?

¡Oh, noche que se vuelve antigua y dulce
en que mi voz modela estatuas de humo
y arquitectura góticas iglesias.

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