(A Alcides Fuentes)

Mitimae:
sangre quemada en los caminos de la escarcha,
color de ausencia,
nómade como el alarido de mipecho,
en tus ojotas nace y va tu soledad racial,
tu poncho una violenta tempestad de crepúsculos,
tus ojos dos murallas
en donde todas las tristezas de mi sierra
sangran, crucificadas, monolitos de angustia
coronadas de lágrimas y un luto de cenizas.

Mitimae:
voz de piedra que se hizo humana en una noche
y voz de hombre que se hizo piedra, mueres
sembrando el trigo azul de tu tristeza,
el fuego de tus ojos en mis sienes
y tu pecho de truenos en mis sueños,
mitimae:
hacienda tras hacienda tu suplicio
y tu cabeza una cisterna de sudores,
un manantial de harapos tus trajines.

Peruano a fuerza de nacer, morir ahí mismo,
resucitar como un incendio
trepándote a las yedras de los Andes
con el sol a tus pies encadenado
y la noche en tus hombros.

Mitimae:
¿desde cuándo el dolor lleva tu nombre?

Tú eres el cementerio del silencio
porque eres cráneo y fémur que han sembrado
en el barbecho obscuro de la muerte,
y, vienes cada tarde hacia mi tránsito
con tus ojos de musgo devorados de ausencia,
con la hoz de la luna que te secciona el sueño
y tu vientre desnudo guarecido en la sombra
como una flor de hambre.

¡Cuándo abrirán las puertas del planeta
a que penetre luz y te aleccione
un evangelio constructor de auroras!

Peruano como yo
ve afilando tu grito en mi garganta.

¡Ha de venir el sol!

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