A Eduardo Jibaja
La pampa sometida al sol,
un sol de temple fuerte como un bloque de acero.
Su dentellada está en el día como un lobo.
¡Cuánto ardor en la tierra descubierta
y en la porosa gleba que parece
una boca angustiada martillada de sed!
¡Qué posesión febril de sol a tierra!
Toda la pampa es una boca que arde,
que grita, ciega, que se corre a donde
hay ríos, arrastrando sus rodillas
y sus locos harapos de rastrojo.
¿Pero estas tierras son las que al labriego
dieron en marzo suculentas pulpas,
y en junio, parvas de oro, en la cebada
y el trigo?
Ahora el rústico agrario es un pastor
que echa sus reses flacas a la pampa,
y ya la res ninguna paja olvida,
todo lo come, y hasta el mismo polvo lame
y alza los ojos, dulces, hacia el cielo
casi con gesto humano:
¡ese cielo se le ha antojado un río!
¡A dónde irse, a qué sombra!
¡Cómo se curte el rostro, cómo asfixian
la sequedad y el polvo que se ayunta
en el sudor! ¡Oh, combustión de muerte!
Jadea el can pastor, cuelga su lengua
como irritada flor, como granada
¡si fuera hombre y construir alguna sombra!
La pastora de aspecto dialectal,
los cabellos greñosos, pies rajados,
tiene en los ojos el sentido
más hondo de la angustia por la ausencia del agua
y el hijo que le lacta el pecho, le devora,
pero llora en la pampa, sobre la inmensa pampa,
clava su tierno grito
y hasta el breve aguijón de sus gemidos
arde, quema y penetra duro.
Toda la pampa es una boca abierta,
una boca quemada en que la sed
mora como el dolor en las heridas;
el polvo que camina entra en las calles
danzando sobre el viento como llamaradas;
polvo sobre el tejado, y hasta polvo
llueve del sol, del cielo, ¡polvo que arde!
¡qué majadas de polvo en los caminos
persiguiendo el estero de la noche¡
Y parece que en todas las pupilas,
en las secas pupilas de los hombres,
en los brazos cuarteados de los árboles,
en las lenguas, los labios, en el vientre
de las mujeres, en el sueño mismo hecho de flámulas,
en la piedra, en el polvo,
en la inerte molécula, en el eco,
se escuchara temblar una palabra
como plegaria, como el himno de dolor del fuego:
- ¡Agua! ¡piedad! ¡cuándo tendremos agua!-
- ¡cuándo la lluvia ha de venir! ¡ay, cuándo!-
¡Qué magnitud de espera!
Catástrofe de sol que riega sangre
y las montañas beben de manera extraña.
Ya es la noche que avanza fresca como el agua,
el viento aflauta sus heridas
y la noche es la barca de la muerte
que echa polvos de escarcha en las comarcas
y todas las comarcas mueren de agua
y hasta el agua les cae como el fuego…