VI

¡AY, qué licor es este! Siempre el mismo.
Nadie te absorbe a ti, pero te absorbo
por siete heridas. ¡Ay!, decid,
¿es este el áspero placer que gozo,
o el mal que olvido, que renace y llega
inexorable como un mar sin fondo?

Oscuro siervo soy bajo la noche,
ardo de interjecciones, y dialogo
con nadie, deslenguado, y hasta el llanto
se empoza en mi alma sin mojarme el rostro.

El viento azota con ardor de nieve
la púrpura y la miel del muerto otoño;
y yo no encuentro a nadie, yerro y llamo
con voz aprisionada de abandono…

Enmohecido, desfondado, lúgubre,
aquí mi corazón vierte un sollozo.

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