V

¿Dónde yaces, ternura, en qué cadáver
de luz, en qué sensibles amapolas?
Castiga la estación, azota el viento
con látigos de fuego la amorosa
quietud nocturna que se materniza.
Ante mi frente erial el agua flota
con humedad labial, y me penetra
lastimando mis huesos. Esta es la hora
en que agorea el búho y en que enfila
la muerte sus caballos en la sombra.

Toda la tierra en su extensión parece
mujer acometida que solloza;
el gemido ululante nace, sube
difícil, entre un río de langostas;
gotea el dolor del viento vivos líquidos
sobre las briznas y las ramas rotas.

Existo horrorizado. Siento ruidos
de inmensas alas negras que me azotan.
Paso como arrastrado por un antro,
y encima, súbito me vienen olas.
Resurjo de la horrenda pesadilla
y es para más desesperar, no hay otra
manera de morir para el amor.
Olemos a cenizas, ¡horrible aroma
que espanta el buen amor joven y puro!
Y entre vinos y fúnebres corolas
mueren también calientes todavía
los ángeles del sueño, las amorfas
deidades desangradas por el hacha
del dolor en que lloran las palomas
y los astros…Todo esto voy sintiendo
con esta oscura angustia que me agobia…

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