VII
AMBIENTA de tinieblas mis recintos,
se nutre de mis llamas, ah, dolor,
polar como los nórdicos inviernos.
Y yo zozobro ante él. Su viento impulsa
nieve y crujidos de árboles que caen
entre hordas de relámpagos, fragor y luto
de iglesias y de casas derribadas.
Este dolor me clava sus guadañas.
¡Oh, corceles nocturnos y sin ojos
pisoteando mis brazos, el oráculo,
los vinos, y además, dulces legumbres
de esa última cena de alegría
que entre mi madre y Dios yo saboreaba!
Sábado de dolor en que a mis ojos
no ha venido la lumbre beduína
del sol ni del amor, y en estos locos
menesteres y afanes tengo atado
al paladar un grito. Siento el pecho
atlántico de espumas y navajas.
Torvo de cerebrar patéticos bemoles
exorcizo mi duda en esta noche
de ardorosos violines y aquelarre.
Salvo mi fe, y apenas, de las ruinas
como una rota lámpara. ¡Oídme,
mortales! ¿Han de estar crucificados
entre el día y la noche nuestros ojos?