IV

¿Qué día, oh Maestro, me podré jactar
de dar final muerte a la tentación?
El áureo fantasma del dulce pecar
vierte sus venenos en mi corazón.

Y la carne rosa me da su manjar.
Me arrastra un ardiente viento de pasión.
Vivo intensamente, vivo a todo dar.
¡Cómo me esclaviza la carnal función!

Basta, digo en vano. La llama que aplasto
revive con furia mayor y hace pasto
de mi ser que es fácil leño del pecado.

Si en dulce ofertorio el rubio manzano
me brinda sus pomas… Basta, digo en vano.
¿Por qué a este suplicio, Dios, me has condenado?

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