En ropaje de zinc, pequeño y burdo,
hurtándose a los ojos del paisaje,
sin gracia ni beldad, todo un absurdo,
crece el cardo en inhóspito paraje.

Vergonzoso de sí, en silencio labra
canteras de rencor y de perfidia;
si habla, de espinas se arma su palabra;
si es que florece, aflórale la envidia.

Pésale alguna maldición o es signo
del mal o algún espíritu maligno
se esconde entre sus cápsulas sombrías.

Y al fin, cuando sus espinosas pomas
se rompen, se le acercan las palomas.
Sólo entonces de viste de alegría.

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