Ausente mía, entre yo y la tristeza
rumorece el silencio como un río,
reverberan tus manos en pureza
de humedecidos lirios de bohío.

Entre mi alma y la sombra, tu cabeza
alza su tierna palidez de estío,
se abren tus ojos –musgos de turquesa-
con cenital frescura de rocío.

Entre el dolor y yo, llora la piedra,
hay sed en cada boca de camino,
sed de beber tu piel de rubio vino.

Viudo el dolor de su alegría, medra
mieses de llamas y difunde el viento
su ciego llanto y su animal lamento.

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