Pasa el Iluminado. Le sigue la turba bajo el cielo radiante.
El sendero, entre oleajes de trigo y lirios florecidos,
repta hacia el prado del cielo. Pasa el Visionario.
Yo, que sentado a la sombra de un árbol escribo,
le tengo cerca de mí y le miro. El, poniendo en los míos
sus ojos sagrados, con voz astral, llena de dulzuras sermónicas,
me dice: -¡Sígueme!- y prosigue el Alucinado.
Como el alba es el manto que envuelve su cuerpo.
Los discípulos, en silencio, la frente inclinada
por la gravedad y rareza de los pensamientos,
van detrás de él. La turba colma el camino infinito.
Todos, allá en la ciudad del pecado y del crimen,
han abandonado para siempre sus palacios de oro.
Van mezclados, como dentro de un haz el trigo y la cizaña,
el ladrón y el mendigo, el verdugo y la víctima.
se oye en el cielo un murmullo de místicas voces,
Pasa el Iluminado. Como la nieve brilla su manto.
Sobre los prados infinitos de fragantes cereales,
semejante a una caricia corre un vendaval ignoto
Dulcificado está el aire que respiro. Los santos maderos:
cedro, sándalos y olivos, me dan sus resinas.
Se van mis ojos tras la imagen del bello Alucinado.
Dulcísima quietud envuelve el instante de las mieses.
Las montañas, allá en el horizonte, se hunden en el cielo,
dando la sensación de un rebaño de oros y violetas.,
Arriba, un rubor de nubes –reflejo de los lirios del valle-
edifica templos de ensueño. Pasa el Iluminado.

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