El amor es una sed divina que la sentimos a toda hora.
Muerto es quien un solo instante deja de padecerla.
Nadie debe ser bisoño de este delicioso ejercicio.
Fuera de todo código reina el amor y es absolutamente libre.
El es el único dios que tiene un altar en mi corazón.
El no tiene pasado ni futuro. Es presente infinito.
En boca de mujer tiene sabor de uva y aroma de violeta.
En los ojos que amamos es un lago profundo y estrellado.
Cada alma es una molécula de su esencia inefable.
Para él no existen secretos ni puertas clausuradas.
El desviste los cuerpos y desnuda las almas.
Es rayo invisible que atraviesa el universo de parte a parte,
Se embriaga con el rosado licor de la desnudez.
Para una joven que sueña es una lluvia de pétalos.
Sus espinas, al herirnos, nos dejan dulzuras de miel.
En el recuerdo semeja un dulce lucero crepuscular.
Es un dios que nos exige un permanente holocausto.
Por él las carnes florecen dulcemente como rosas.
Sus frutos son recibidos con cánticos de alborozo.
Consentimos sin rechazo, con entrega total y absoluta,
que sus sedientas hoces corten nuestros lirios y pomas.
Y aun, por la escarcha que nos deja sobre el corazón
y la siembra de espinas con que nos cubre el cuerpo,
rezámosle una oración en recuerdo de su fuego y sus rosas.
Si hacha demoníaca es, con qué gozo vamos a su patíbulo.
Si veneno, cómo nos lo disputamos hasta la última gota.
El, si Dios tiene progenie, es el primero, el único y verdadero.

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