Gigantesco reptil enjoyado de luces
el Mantaro atraviesa la inmensa travesía.
El Mantaro, el Mantaro, río solemne, río,
dios dragón recamado de gualdas y amatistas.
Silencioso unas veces con silencio de siglos,
se desliza rumiando epopeyas antiguas.
Otras veces embiste bramando como un toro
salpicando de fúlgidos diamantes sus orillas.
Quiebra la dirección hacia izquierda o derecha,
salta atléticamente y alza la testa altiva.
Se enamora en las noches de la luna, y entonces
de estrellas y no lágrimas se colman sus pupilas.
El dolor de cristal que enardece su pecho
tórnase en dulces flautas cuando gime en la brisa.
Profundiza sus penas y cava remolinos
golpeándose la frente y enloqueciendo de ira.
Es un río salvaje y es un río amoroso
cuando por la cintura coge y posee a sus islas.
Desenrolla su larga cabellera de espumas,
ya en lentos circunloquios, ya en curvas cabalísticas.
Salomónicamente prueba sus nervaduras
rompiendo en dos el torso de las moles andinas.
Y las moles andinas se doblan a su paso
semejando hipogrifos que rabian y agonizan.
Y arrastra en sus entrañas rudas orquestaciones
de templos en escombros y cadalsos en ruinas.
Río que en las alturas nace como un cachorro
para hacerse un terrible monstruo de fuerza ofídica.
Río de los cien brazos, patriarcal y profético:
fuga de toros blancos en largas pesadillas.
Portentoso galope de potros voladores
jineteados por rojos huracanes sin bridas.
Río pastor que esparce bajo el césped del cielo
sus marmóreos rebaños de nubes y neblinas.
Y río labrador, río de mil gañanes,
cosechando del sol las bullentes espigas.
Mágico río, río pintor colgando lienzos
con sauces taciturnos de frondas pensativas.
Rayo de sol cautivo entre azules pirámides
y escapando como una centella fugitiva.
Hijo de vientos locos y de nubes furiosas
y reptando como una rapsodia enloquecida.
Río sacerdotal pastoreando en sus diócesis
a manera de lirios santuarios y capillas.
Dios de fuego y de hielo, lleno el pecho de alhajas,
sobre un trono labrado de nácar y amatistas.
Dios que tiene por bóveda la eternidad, por cetro
el zigzag de los rayos y el dios sol de los Incas.
Mantaro… y yo quisiera cogerte entre las redes
de mi verso y llevarte como una sinfonía…